¡Coño!
Érase un cura muy recto y muy santo, en esto que un día oye a un feligrés en la Iglesia que decía:
- ¡Coño, coño, coño, coño...!
El cura se le acerca:
- Pero, ¿no se da usted cuenta que estamos en la casa de Dios?
- ¡Coño, coño, coño, coño...!
- Oiga, por favor, compórtese.
- Verá padre es que lo mío es muy fuerte.
- No lo puede ser tanto como para ofender este santo lugar, cuénteme, ¿a qué se debe su comportamiento?
- Verá, yo soy blanco, mi mujer es blanca, mis padres son blancos, los padres de mi mujer son blancos, mis abuelos son blancos, los abuelos de mi mujer son blancos y ¡he tenido un hijo negro!
- ¡Coño!
- ¡Coño, coño, coño, coño...!
El cura se le acerca:
- Pero, ¿no se da usted cuenta que estamos en la casa de Dios?
- ¡Coño, coño, coño, coño...!
- Oiga, por favor, compórtese.
- Verá padre es que lo mío es muy fuerte.
- No lo puede ser tanto como para ofender este santo lugar, cuénteme, ¿a qué se debe su comportamiento?
- Verá, yo soy blanco, mi mujer es blanca, mis padres son blancos, los padres de mi mujer son blancos, mis abuelos son blancos, los abuelos de mi mujer son blancos y ¡he tenido un hijo negro!
- ¡Coño!
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