En la aduana

Un matrimonio decide viajar a Nueva York de vacaciones. En la aduana, el funcionario se dirigió a la pareja en perfecto inglés de Manhattan. El marido, conocedor de la lengua de Shakespeare, le contestó fácilmente:

- Buenos días señor, ¿me entrega su documentación y la de su esposa? 
- Aquí las tiene, caballero. 

 La mujer, como no entendía nada, le pregunta. 

- Mi amor, ¿qué ha dicho? 
- Me ha pedido los papeles. 

El empleado de la aduana vuelve a preguntar. 
- ¿Tienen algo que declarar? 
- No, absolutamente nada. 

Nuevamente la esposa. 
- ¿Que dice ahora, cariño? 
- Que si llevamos algo que tengamos que declarar. 

Continúa el funcionario con más preguntas: 

- ¿De dónde vienen ustedes, señor? 
- Somos españoles. 

Nuevamente insiste la mujer. 

- Cariño, ¿qué ha dicho? 
- Pregunta que de dónde venimos. 

El de la aduana entonces comenta: 
- ¡España! Estuve unos días allí hace tiempo. Magnífico país, estupendo clima y buenísima gastronomía, aunque tuve una experiencia un tanto negativa. Conocí a una mujer que era insoportable, no me dejaba en paz, no paraba de hablar, era lo más pesado que he conocido en mi vida, hablaba y hablaba, como una cotorra. Además, tuve sexo con ella, el peor sexo de mi vida. 

- ¿Qué ha dicho, cielo? 
- Que te conoce.

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