Una monja y un cura vuelven al convento después de una visita a la sede episcopal. Al caer la noche, vieron una cabaña en medio del camino y decidieron entrar para pernoctar y proseguir el viaje al día siguiente. Al entrar a la cabaña, vieron que solo había una cama de matrimonio y unas mantas en un armario. El cura le dijo a la monja que ella podía dormir en la cama mientras él dormía en el suelo.

Y así hicieron. En medio de la noche la monja despertó al cura:

- Padre, ¿está despierto?
- ¡Eh! Sí, sí hermana, diga ¿qué quiere?
- Es que tengo frío. ¿Puede traerme una manta?
- Sí hermana, como no.

El cura se levantó, fue a buscar una manta al armario y tapó con ella a la monja volviéndose a dormir. Una hora después, la monja despierta al cura de nuevo:

- Padre, ¿sigue despierto?
- ¿Qué pasa hermana ? ¿qué le sucede ahora?
- Es que aun tengo frío. ¿Puede darme otra manta?
- Claro que sí hermana.

Una vez más el cura se levantó y tapo a la monja con otra manta. Otra hora pasó, y una vez más la monja llamó al cura:

- Padre, padre.
- Sí hermana.
- Es que no puedo dormir. ¡Sigo con mucho frío!

Finalmente, entendiendo las intenciones de la hermana, el cura entonces le dice:

- Hermana, estamos aquí los dos solos, ¿cierto?
- Cierto.
- Lo que ocurre aquí, y lo que deba de ocurrir, solo nosotros dos lo sabremos y nadie mas, ¿cierto?
- Cierto.
- Entonces le hago una sugerencia. ¿Qué tal si fingimos ser marido y mujer?
- ¡Sí, sí !, eso, eso
- ¡Entonces deja de molestar de una puñetera vez y ve tu a por la maldita manta de las narices!   

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